jueves, marzo 31, 2011

La verdad es que soy afortunada, muy afortunada: no pago el numerito del coche y mi porcentaje de IRPF es bajito y he podido presentarme a las oposiciones por el cupo reservado a personas con minusvalía. Todo esto, simplemente, a cambio de un minúsculo inconveniente: padecer esclerosis múltiple.

Me diagnosticaron con ventiún años. Los planes que tenía trazados eran estudiar el último año de carrera fuera y después quedarme a vivir, al menos, por una temporada en el extranjero: viajar, enamorarme, conocer gente.
Al mes y medio de haber comenzado el sueño, todo quedó inconcluso.
Blanco, negro, tuerta, hospitales, enfermedad grave, Lille, corticoides, pruebas, papá, mamá, París, Arras, soledad, Bruselas, papá, Madrid, silla de ruedas, punción, visitas, Dionisio, rezar, llorar, degenerativo, mamá y a trabajar.
En menos de seis meses, dos brotes, perdida de visión total de un ojo (dos años después casi recuperada), paralisis total del lado derecho (recuperación al mes). No llores, te tendrás que medicar, es fácil, ya verás; Betaferon, suicidar, viales, abuela, autoinyector, 48 horas, toda la vida. Rojo, morado, negro. No, así no.
Al año del diagnóstico, mi primer Tribunal: estás bien ¿verdad? las manchas en el cerebro, no se ven, pero... le he traido las resonancias magnéticas..., ya pero nosotros juzgamos por las lesiones que se ven, sin más.
A los dos años segundo Tribunal, papá se quedó fuera y yo tuve que llorar, esta vez, tampoco miraron pruebas: 33% y no pidas más. 

Lo de ser minusválido es guay. Me imagino a todos los padres deseando eso para sus hijos. ¡Quién quiere un hijo arquitecto, médico, futbolista, cantante o ingeniero! ¡Mucho mejor un minusválido!