El huevo de Rubén.

Hace dos semanas recibí un paquete procedente de Berriz, enseguida supe que era tuyo, fui a Correos a recogerlo. Lo abrí con prisas, mas con deleite, capa por capa, primero la marrón, depués la de colorines, después encontré una preciosa caja de cuadros (hoy, despensa para mis peces) y por fin algo cilíndrico envuelto en un papel claro de una ONG. . .

El huevo.

Fiel compañero en las tardes de estudio. Lo aprieto con fuerza, lo acaricio, lo caliento, le hago rodar, lo cuelo entre mis dedos, lo paso por mi frente, lo transpaso de una mano a otra, una vez, dos veces, tres veces... Lo ruedo por el libro, lo vuelvo a tomar, lo paso por el cuello, ahora está fresco, vuelve a mis manos, de una a otra, de otra a una, reposa en la derecha, la izquierda se impacienta y lo arrebata, vuelve el vuelo. . .

Caída libre.

Cae, por accidente, cae, cae sobre mis piernas. . .

Recuerdo "El Cartero de Neruda". Releo. Escribo. . .

"Al abrir la puerta del galpón, supo distinguir entre las confusas redes al cartero sentado sobre un banquillo de zapatero, el rostro azotado por la luz naranja de una lamparilla de petróleo. A su vez, Mario pudo identificar, convocando la misma emoción de enotonces, la precisa minifalda y la estrecha blusa de aquel primer encuentro junto a la mesa de futbolito. Como concertados con su recuerdo, la muchacha alzó el oval y frágil huevo, y tras cerrar con el pie la puerta, lo puso cerca de sus labios. Bajandolo un poco hacia. . ."( Antonio Skármeta)