domingo, febrero 20, 2005

Ayúdame a mirar.


Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
—¡Ayúdame a mirar!

Eduardo Galeano, El libro de los abrazos.

Hace apenas un año tuve que perder uno para ganar dos, o quién sabe, para ganar uno y medio o uno y un cuarto. Hay veces que hay que perder batallas para ganar guerras. Me ayudó a mirar, a ver, a observar, me ayudó a pedir ayuda. Dejé de ver por uno, el derecho, y por él, vi la niebla, las tinieblas, la obscuridad, mientras por el otro veía el caos con toda claridad. Maldita claridad. Vi sombras que se acercaban y otras que se alejaban. Pasaban los días, pasaron. Colores turbios, pero colores. Fui descubriendo colores, redescubriendo. Los días pasaron y los meses también y la claridad fue haciendose paso, abriendo el día. Bendita claridad. Mirar la negra noche, ayuda a ver el colorido día.

Gracias a aquellas sombras que se acercaron y se acercan, y me guiaron y guían en lo obscuro, e hicieron y hacen la luz.

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